Me urge ser santa – escribe Ascensión en sus apuntes espirituales como respuesta que da, contemplando un mundo lleno de cizaña del enemigo.
Ascensión nació a principios del siglo XX, en el año 1911, como séptima hija en una familia extraordinaria por su ejemplaridad de vida cristiana y moral. Ciertamente, a la Sierva de Dios desde el principio nunca le faltó el ejemplo de una vida cristiana en medio de una vida familiar acomodada económicamente y reconocida socialmente.
Su padre, don Pilar, era notario por lo que la familia Sánchez Sánchez en varias ocasiones tuvo que cambiar de lugar de residencia, pero eso no les impedía que en todos los sitios encontrasen enseguida la simpatía y la acogida de los vecinos.
Ascensión, ya desde pequeña, se mostró inteligente y de carácter extraordinario en el que destacaba ante todo su bondad y la fuerza de voluntad. Con el tiempo, ella misma reconoce que sus cualidades en especial son claridad y rapidez de entendimiento, delicadeza y fuerza de voluntad. Además, el Señor dotó a la joven Ascensión de facilidad para dirigir y expresarse con ideas de grandes iniciativas prácticas para el apostolado.
Ascensión reconoció en sí estos talentos y sin tardar puso en marcha el negocio apostólico en favor de la gloria de Dios. Sobreponiéndose a las dificultades que siempre acompañan las grandes obras de Dios y animada por su hermana Luisina y alguna de las amigas más cercanas, en 1936 funda en Villacañas Acción Católica de la que es nombrada primera presidenta.
Pero enseguida comenzaron tiempos difíciles en España y las actividades que emprendieron con tanto empuje, aunque no sin lucha, tuvieron que dejarlas. Comenzó la persecución religiosa y con ella, el odio a la fe se expandió como la pólvora por toda la nación.
Justo se acercaba el tiempo de vacaciones de verano que la Sierva de Dios solía pasar en la casa de su hermana mayor en Santander. Así dejó sus padres en Villacañas a finales del mes de junio de 1936, sin sospechar que no volvería a verlos hasta tres años después, una vez terminada la guerra civil.
El tiempo que pasó allí la Sierva de Dios fue providencial y de fundamental importancia para toda su vida.
En el año 1937, conoció a un joven sacerdote don Doroteo Hernández Vera, quien movido por el Espíritu en la confesión le hace esta pregunta: “¿Tiene Usted vocación?” En principio, la Sierva de Dios no sabe qué responder. En su alma hay una gran pena. Tiene noticia de que en Villacañas muchos de los que ella conoció han muerto mártires por Cristo y eso le hace interrogarse ¿no me vio el Señor digna de esta gracia y por eso me sacó de allí? Su pena aumenta por la noticia de que sus dos hermanos militares han dado su vida por Dios y por España. Por eso, a la pregunta de don Doroteo responde sencillamente: “No lo sé, pero me gustaría tenerla”.
Aquella confesión fue decisiva para Ascensión, aunque nadie supo entonces el alcance de aquel encuentro entre ella y aquel joven sacerdote.
Unos meses más tarde don Doroteo fue encarcelado por ejercer su ministerio sacerdotal, pero igual que Ascensión no estaba destinado a morir mártir por Cristo. Los planes de Dios sobre ambos fueron diferentes.
El 8 de diciembre de 1937 don Doroteo funda sin darse cuenta “una Obra para gloria de Dios” y escasos cinco meses después, el Viernes Santo de 1938, Ascensión pasará a formar parte de esta Obra para en ella realizar su vocación de cruzada como expresión del anhelo de su alma “Mi vocación – salvar almas”.
La Sierva de Dios desde el principio se identificó plenamente con la espiritualidad y el carisma propios de la Cruzada Evangélica. Su ansia de apostolado ha encontrado una expresión viva en el carisma del Fundador de trabajar por la unión en el pueblo español después de la guerra civil, centrándose sobre todo en los apostolados ingratos y abandonados, de una manera preferente atendiendo a los presos y sus familiares.
De forma particular, la Sierva de Dios se entregó al apostolado del perdón. Aunque la guerra civil oficialmente se había terminado, las secuelas de odio y el deseo de venganza no cesaban en el pueblo español. ¿Quién no perdió en la guerra a algún familiar, a alguien querido? Es impresionante el testimonio que ha dejado la Sierva de Dios en el pueblo de Villacañas y entre los que la conocieron en aquella época. Aprovechando los dones que Dios tan generosamente depositó en su corazón dándole un carácter dulce, pero a su vez determinado, con la autoridad de quien perdió en la guerra a dos hermanos, Ascensión se convirtió en incansable apóstol del perdón.
Sin duda, todo lo que hizo Ascensión hasta el año 1940 fue importante en su vida y de extraordinaria riqueza espiritual, pero los años decisivos en su vida de santidad son los últimos años de su existencia.
En el año 1940, la Cruzada Evangélica fue llamada a instaurarse en Madrid. El fundador enseguida puso su mirada en la única cruzada que pudiese fundar la Obra en la capital, que sin duda era Ascensión.
La misión que se la encomendó era grande y exigente. En una incondicional disponibilidad a la voluntad de Dios y a los deseos de sus Superiores, se entregó por completo a la realización de la misión que se le confió. Así, el 14 de junio de 1941 se inauguró el Albergue de la Merced, la primera casa de apostolado de la Cruzada Evangélica en Madrid de la que ella fue la primera Cruzada Mayor y directora.
En el Albergue, la Sierva de Dios estuvo desde su inauguración hasta el año 1946, cuando el Señor dispuso su ejemplar y santa muerte.
Durante estos cinco años, la Sierva de Dios vivió en profundidad su vocación de cruzada marcada por su excepcional entrega apostólica en una constante búsqueda de su propia santidad y la santidad de los demás. El apostolado en un ambiente hostil, ingrato, abandonado de tal manera la acercó a Dios que le pidió que le quitase todos los consuelos, que le pidiese lo que fuera con tal que las almas no le ofendiesen, y ofreció su vida por la conversión de las almas. Fueron años de lucha interior que la hicieron fuerte en su vocación y en su amor a Dios y a las almas. El sufrimiento por sus faltas de alma consagrada y de superiora acrisoló en ella un verdadero modelo de alma consagrada a Dios en medio del mundo. Su tónica de vida era la sencillez, alegría y extraordinaria bondad que derrochó en la entrega a aquellas almas toscas en el apostolado con las ex reclusas, que reconocieron en ella la sombra de una madre.
La búsqueda de la voluntad de Dios de forma interrumpida en su vida hizo que la Sierva de Dios durante estos escasos cinco años corriera su carrera espiritual y apostólica admirablemente, de tal forma que, a la hora de su muerte, acostumbrada a hacerlo siempre, abandonó por vez última su voluntad en la voluntad del Señor…
“Señor, lo que quieras, cuando quieras, donde quieras, pero con tu gracia… Sola ni un paso…”
Así vivió, sin nosotras darnos cuenta de que aquella manera de proceder encerraba virtudes no corrientes, y tuvo que llegar su muerte para caer en la cuenta del tesoro que llevaba dentro, que no dejaba lugar a dudas, de que fue la de una santa, amiga de Dios, y que había vivido para Él.
Actualmente la urna con los restos mortales de la Sierva de Dios Ascensión Sánchez reposan en la Cripta Oratorio de la Obra Social Ascensión Sánchez en Coslada en la calle Iglesia, 15.
En realidad esta Obra es la continuación del antiguo Albergue de la Merced que ella con tanto sacrificio fundó en el año 1941 apoyada por el Fundador de Instituto Secular Cruzada Evangélica Venerable Doroteo Hernández Vera.
Por eso, al trasladarse sus restos desde el Cementerio de la Almudena en Madrid en abril de 2016 a la Cripta Oratorio de la Obra Social en Coslada, alguien dijo:
« -Por fin has vuelto a tu casa...»