Doroteo Hernández Vera, nació en Matute de Almazán (Soria) el día 28 de marzo de 1901. Allí mismo recibió el Bautismo en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción un día después no solamente porque era esa la costumbre, sino también porque se temía por la vida de aquel niño que parece nació medio muerto.
Hijo de una familia pobre, superando innumerables dificultades de todo tipo, pero sobre todo económicas, llega a ser el sacerdote de Cristo ordenado por Mons. Isidro Badía Sarradell, el día 20 de marzo de 1926, en Tarazona. Comienza su actividad pastoral en Soria, siendo capellán del Colegio del Sagrado Corazón, regentado por las Hijas de la Caridad, pero ganadas las oposiciones en Santander como Beneficiado Sochantre de la Catedral, llega a esta ciudad el 7 de diciembre de 1929. Será el punto de partida para una larga historia que tiene Dios pensada para el Siervo de Dios relacionado con esta ciudad. Aquí, primero es Capellán de la Institución Teresiana, y tuvo ocasión de conocer y hacer amistad, con su Fundador, el hoy San Pedro Poveda. Toma igualmente contacto como Director espiritual con la “Alianza en Jesús por María”. Después se van sucediendo los nombramientos para cargos importantes en los que don Doroteo trabajó, como buen obrero de esa mies que está queriendo descubrir.
Entretanto, en España se proclama la República, el 18 de julio del 1936, estalla en España la Guerra Civil, con una persecución religiosa tan enconada, que da un doloroso saldo de obispos, sacerdotes, religiosas, que, como tantos laicos católicos, mueren en la contienda por seguir a Cristo. Don Doroteo, sigue ejerciendo su ministerio heroicamente. Divide en “parroquias” la ciudad, y en casas de confianza total que le ofrecen sus amistades, celebra la eucaristía, confiesa y atiende a los que acuden y están avisados previamente.
El Siervo de Dios permanece en la Prisión Provincial, excepto una corta temporada en la de Oblatas, desde el 14 de abril de 1937, hasta el 26 de agosto en que fue liberada la cuidad de Santander del poder republicano. La experiencia de la cárcel es mucho más profunda para el Siervo de Dios de lo que se podría pensar a primera vista. Es aquí donde casi toca la ignorancia religiosa que existe entre la gente, la poca decisión firme de seguir a Cristo y amarle. Es en la prisión donde entiende que hay que hacer algo, como a ejemplo de san Pablo “hacerse con todos en todo para ganar algunos para Cristo”.
Con estos sentimientos en el corazón, el Siervo de Dios desde la prisión escribe una carta “a cuantas almas trató” recomendando a sus dirigidas “vida interior, vida de fe, vida santa y seguir a Cristo en unos momentos en que tantos se avergüenzan de Él”. Lo que ahora les dice, se lo han oído muchas veces, pero en estos momentos está reforzado por la autoridad que le da el estar padeciendo por Cristo.
Al salir de la prisión don Doroteo siente que sus deseos misioneros se han acentuado. Ve tanta necesidad de llevar el mensaje del Evangelio que piensa poner estos deseos evangelizadores por obra cuanto antes. Pero Dios tiene otros planes para él.
Mons. Eguino y Trecu no acepta la petición del joven sacerdote de marcharse a misiones porque, ¿qué mayor campo de misión la que hay en España tras la persecución de los republicanos? Tal vez en el futuro próximo, pero ahora no se podrá marchar de la diócesis. Ante ese cambio de planes, don Doroteo reflexiona hondamente. Sus ojos contemplan el problema agobiante de las Prisiones, el de los hijos de los presos, el de las jóvenes sin sombra de madre… el problema de media España que no conoce a Dios, que ha perdido a Dios, que le rechaza; que el ambiente está saturado de odios... Esta dramática situación golpea y penetra en su corazón de sacerdote que tanto ha calado el valor de las almas, y que evidentemente, la mies es mucha, y los operarios pocos. Urge una campaña de amor y de siembra evangélica. Está además convencido de que esa paz la tienen que promover los sacerdotes y los cristianos comprometidos de verdad…
Providencialmente, comienza su labor apostólica en la Prisión Provincial de Santander donde es llamado por el Sr. Obispo para asistir a los presos condenados a muerte. Según pasaba el tiempo, don Doroteo cada vez estaba más convencido de la necesidad de hacer algo. Así casi sin darse cuenta, funda el 8 de diciembre de 1937 una Obra para gloria de Dios que hoy en día es el Instituto Secular Cruzada Evangélica.
Las raíces fundacionales ancladas en los apostolados ingratos y abandonados, hostiles a la gracia de Dios, tienen su fundamento en la percepción de ser apóstol de Cristo que tiene el futuro fundador. Desde los inicios de la Institución la vida del Siervo de Dios gira sobre un doble eje: sacerdote y fundador. Las dificultades, propias de todas las Obras de Dios, son superadas por él con gran entereza del espíritu y el carácter firme que probablemente adquirió en su juventud.
Como una profunda llaga lleva don Doroteo en su corazón la llamada misionera. Dios quiso en su Providencia que se cumplieran en el Siervo de Dios aquellas palabras Si el grano de trigo no muere… Precisamente, al obedecer a su Obispo en aquel año 1937 y siempre a la voz del Espíritu, tuvo que dejar morir la idea de irse a misiones, acariciada por él desde los años de seminario. Sin embargo, Dios le premia en la obra por él fundada que va a ser llamada por la Iglesia precisamente por su espíritu misionero a ir a llevar la Buena Nueva a los países en tierras misioneras. Dios le concedió ver los frutos de su abnegación; ya no es solo él misionero, sino es una obra que se extiende por el continente americano y africano. Su objetivo por lo tanto en vista a la Institución es: trabajar por la gloria de Dios allí donde nadie ha comenzado todavía un trabajo semejante, viniendo a ser como la respuesta a aquel dicho – ¿Hay que hacerlo? ¿Nadie lo hace? ¡Vamos a hacerlo!
Atento siempre a la voluntad de Dios en su vida y en la Institución por él fundada, querría dejar asegurado que el camino trazado en las Constituciones por él firmadas son el camino seguro por el que se llega a la perfección. Dios le ha concedido esta gracia y el día 8 de diciembre de 1976, desde Roma llega la Aprobación de la Institución como Instituto Secular de Derecho Pontificio.
Tras su larga enfermedad, vivida por el Siervo de Dios como voluntad de Dios y por lo tanto con toda serenidad y aceptación, murió el día 6 de noviembre de 1991 en Coslada, Madrid.
Su muerte fue vivida con mucha devoción no solamente por sus hijas, las cruzadas, sino por el pueblo. A pesar de conocer tantas cosas importantes sobre el Siervo de Dios, la gente sabía decir sólo de él que: era un santo, un hombre de Dios.
Los que nacen para Dios, viven para Él, llegan a encontrarse con Él en la vida eterna, pero no solos, sino con todos aquellos que necesariamente contagiados por su testimonio de entrega y amor a Dios, siguen sus pasos seguros que igual alcanzarán la meta y el premio de la vida eterna.