Podemos imaginarnos toda la trayectoria y conducta de los Magos, y por otra parte aquel volcarse Dios en beneficio de ellos hasta hacerlos santos, y según se cree mártires, para llegar a esta conclusión:
Al que hace lo que puede, Dios no niega su gracia.
Fácilmente caemos en uno de estos dos errores: o creernos suficientes, cuando nuestra suficiencia viene de Dios o no creernos capaces de nada, ni siquiera con la gracia. El término bueno es este: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta»
1º Qué pusieron de su parte los Magos.
2º Qué puso Dios de su parte.
Los Magos pusieron: Primero un conocimiento natural y propio de los sabios de su tierra: Eran astrólogos, conocían la marcha de los astros, estudiaban sobre los astros… Y estos hombres sabios, cultos, conocían una profecía judía, cosa hasta cierto punto natural puesto que quien anunció aquella estrella, no era precisamente un judío, sino un pagano.
Sabían que iba a aparecer una estrella que iba a ser la anunciadora del gran Rey de los judíos. Interpretaron que aquella estrella cuando apareciera significaría el punto de partida de una gran época del pueblo judío, como creían los mismos judíos.
Indudablemente conocían las tradiciones judías y las torcidas interpretaciones que el pueblo hacía de las profecías y la esperanza que tenían de venir a ser el pueblo dominador de toda la tierra.
Así aquellos sabios una vez que vieron en el cielo aparecer la estrella les pareció lo más natural ir a conocer a aquel gran rey que acababa de nacer con una serie de motivaciones e iba a hacer grande Judea, y que tal vez iba a hacer tributaria suya a su propia nación, a su propia tierra.
Iban con una serie de motivaciones y fines, propios de unos paganos y unos hombres sabios.
Lo que menos pensaron que aquel Niño era Dios, que aquel Rey no era el rey de la tierra sino del cielo, que su reino no está aquí sino allí.
Esto no se puede pedir a unos paganos, ni Dios se lo pidió. Discurrieron bien. Y en beneficio de su pueblo, y conscientes de aquella cultura se pusieron en camino para encontrar al Rey de los judíos.
Siguieron el camino de Judea y vinieron lógicamente a buscar a Jerusalén. Y para mayor abundancia allí se ocultó la estrella; quería decir, que allí estaba el Rey de los judíos, y allí vivía Herodes, el actual rey.
Y se encaminaron al palacio del rey, y le preguntaron si era allí donde había nacido el nuevo Rey de los judíos discurriendo con su recta razón, creyeron que era mejor ir derechamente con lo que eliminarían toda sospecha de mala voluntad, de espionaje o de cualquiera de aquellos delitos que les hubiera valido la prisión y tal vez la muerte. Y fueron al rey Herodes.
Allí recibieron una luz en la inteligencia y supieron que donde tenía que nacer el Salvador era en Belén, porque así estaba profetizado.
Y se encaminaron a Belén, cerca de Jerusalén. Por su parte hicieron todo lo que podían hacer, generosamente, eso sí. No olvidemos las molestias que se impusieron, ni los grandes dispendios que tuvieron que hacer ante un viaje tan largo…
Ni tampoco aquel generoso ofrecimiento muy propio de aquellas tierras: Oro, porque se ofrecía siempre a los reyes, Incienso porque así se hacía a los personajes importantes, y mirra porque era un producto aromático de gran valor.
Todo esto lo hacen discurriendo con la recta razón. No se les podía pedir más. Hicieron lo que podían hacer.
He aquí lo que nos pide Dios, la primera parte de esa tesis teológica: «Al que hace lo que puede…» Esto es lo primero que hay que hacer; Tenemos que hacer lo que podamos y todo lo que podemos. Cierto que somos seres humanos y no ángeles, y no nos debemos pedir ser ángeles. La verdadera fisonomía de los santos es ante todo humana, y no se puede prescindir de ese carácter humano de los santos de seres con razón, inteligencia, voluntad, imaginación… con un cuerpo natural sujeto a mil miserias y necesidades.
Tenidas en cuenta todas estas cosas tenemos obligación de hacer todo lo que podamos, a pesar de nuestra ignorancia, de la debilidad de nuestra voluntad, de las locuras de la imaginación, de las necesidades del cuerpo, de las pasiones connaturales a la persona humana… a pesar de todo, y de la debilidad y del cansancio… etc., nuestro deber está en poner de nuestra parte todo lo que podamos poner.
Hace mucho que he caído en la cuenta de que las trazas de Dios, al que hace lo que puede, Dios no niega su gracia; y al que hace lo que puede y pone de su parte lo que puede, Dios se vale de él para cosas maravillosas. Y le ayuda y le hace como ser otro... ¡Ay de quien no pone de su parte lo que puede!
Os decía en otro momento, que Dios prescinde de aquella alma que no pone de su parte lo que puede, y le niega su gracia. Pero también puede prescindir de un Instituto, que no pone de su parte lo que puede, que sus miembros, colectiva, corporativa, socialmente, no ponen de su parte, todo lo que pueden.
De aquí que es hora de que todos y cada uno, y también la colectividad ponga de su parte lo que pueda; ¡Al que hace lo que puede…! Tenemos que hacer lo que podamos.
Terribles ejemplos nos han quedado en la historia de lo sobrenatural, en la historia de las personas, en la historia de la Iglesia, en la de Órdenes, Congregaciones…
Terribles casos nos quedan de personas de quienes Dios ha prescindido de ellas, por este motivo: de no haber puesto de su parte lo que pueden.
«Al que hace lo que puede… » Dios no nos pide más, porque sabe que somos débiles, ignorantes, Dios sabe todo ¿cómo no si somos hechura suya? Pero siendo lo que somos y a pesar de todo y por encima de todo, nos exige esa ley de la economía de la gracia, que hagamos todo lo que podamos.
Y ¡ay de nosotros! Terrible aquello de San Pablo: Nos admira toda la vida enorme de trabajo, de entrega, de fatiga de San Pablo. Le diríamos: ¡Eres un héroe, eres sublime! Y él nos dice: ¡Ay de mí si no evangelizare!
Y lleva razón. ¡Ay de San Pablo si no hubiera llevado toda aquella vida! No hubiera sido San Pablo. Dios hubiera prescindido de él como prescindió de aquel joven bueno, cumplidor de los Mandamientos, pero amador de sus dinerillos, de sus bienes. Como prescindió de aquel otro, con excesivo amor a los suyos, a su padre…que pidió tiempo para ir a enterrarlo. Como ha prescindido de tantos y de tantas…que no hicieron de su parte lo que podían. Al que hace lo que puede...
Hagamos lo que podamos, todo lo que podamos, que aquel que no pone de su parte todo lo que puede no es apto para el Reino de los Cielos, no es apto para ser escogido por Dios como instrumento, de bello y sublime instrumento para ningún momento, pero menos aún para momentos extraordinarios, sublimes, históricos.
En el mundo de las almas, las hay que llevan atrasado el reloj, que nunca llegan a tiempo a coger ese tren que lleva a Dios, ese tren de la historia. Y en la Institución han ocurrido casos de éstos: personas que han llevado el reloj atrasado y no han cogido a su debido tiempo el tren.
También a la recíproca: El secreto indudablemente de aquella vida y de ese recuerdo tan grato que nos queda, -Dios sabrá lo que la Iglesia hace de su memoria- el secreto de la santificación de aquella virtud nada corriente de nuestra querida Ascensión.
No lo dudemos, estuvo en aquella fidelísima correspondencia, en aquel fidelísimo hacer de su parte lo que podía. Puso de su parte lo que podía: Aquí estoy, nunca puso dificultades, no puso pegas, supo ver en su padre espiritual, la manifestación de la voluntad divina, y lo hizo de la mejor manera que supo.
Dios le pidió aquella primera enfermedad, y vino la segunda, y Dios la liberó y se manifestó todo lo que había de bondad y de virtud y de probabilísima santidad de aquella persona.
El secreto de que ciertas personas de no grandes dotes, de no gran valía, sin embargo, sean en manos de Dios instrumentos de maravilla, está en aquella correspondencia que tienen normal y sencillamente, hacen lo que pueden. Al que hace lo que puede…
VEAMOS LA ACCIÓN DE DIOS EN LOS MAGOS, PARA VERLA EN NOSOTROS:
Veamos cómo Dios se vuelca y ante aquellos paganos y sabios que han hecho de su parte lo que han podido, nada más arrancar de su tierra dirigiéndose a Jerusalén, -que era la capital- comienza por hacer el prodigio la estrella que anda, la estrella que se mueve no en dirección natural, sino en una dirección arbitraria. -Lo natural era que la estrella se ocultara- y no fue así, ellos siguen viendo la estrella y siguen un camino y una ruta que es la suya. Con ella se alegraron, se dejaron conducir y cuando se oculta, acuden a lo lógico y natural: a que los sabios de Israel les dijeran dónde había de nacer el Mesías. Ellos se encaminan, no buscan la estrella buscan a Jesús.
Pero vuelve Dios a hacer prodigios, y otra vez vuelve a aparecer la estrella y así andan el camino y en Belén, la estrella se para encima de donde estaba el Niño, para que no tengan que preguntar y su presencia pase desapercibida y no sea una pista de espionaje. Allí está Jesús. Y siguen los prodigios y ellos que han puesto de su parte lo que han podido, encuentran al Niño y a su Madre. Cayeron de rodillas, y hacen un acto de adoración. ¿Por dónde han venido al conocimiento de que aquel Niño es Dios? ¿Se lo explicó la Santísima Virgen como Sede de la Sabiduría y Reina de los Apóstoles?
No sabemos. Pero sigue el prodigio divino y es Dios mismo quien los instruye y les hace ver que tienen que volverse por “otro camino.” No por Israel. Es decir que les da Dios otro gran favor. ¿Quiénes son estos hombres? ¡Si han venido paganos como eran! Pero han hecho lo que han podido y han merecido de Dios hasta un gran favor.
Después de estar allí podían repetir lo del anciano Simeón: “Ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto al Salvador.” ¡Dichosos los ojos de los Magos que vieron a Jesús, Niño, sí, pero Salvador! ¡Qué verían en aquel Niño, qué embeleso encontrarían en él! Es verdad que las envolturas de la divinidad eran humanas, tan perfectamente humanas que por ninguna parte se ve la divinidad en el pesebre, está oculta, ¡era un Niño! ¿Sabía ya hablar algo cuando llegaron los magos? Puede que sí, que supiera decir algo, pero sin quebrantar las normas de Niño, ¡qué dicha la suya! ¡Qué pocos le vieron, con conocimiento de quién era!…Solamente los pastorcillos y los magos, y ¡nadie más! Herodes le vio de lejos como un enemigo y trató de deshacerse de él… Los demás no quisieron saber nada de Él.
¡Dichosos los Magos que se acercaron a Jesús y le adoraron! Quizá sin profundizar debidamente la divinidad que estaba oculta detrás de aquella humanidad… Y después es tradición que al volver a su tierra anunciaron el nacimiento de Jesús, fueron los primeros evangelistas. La tradición dice que fueron mártires y no es extraño porque no entendienden nada los hijos de su tierra de lo de lo que había de sobrenatural y divino, los eliminaron.
También de esto se vale Dios para concederles el supremo don que puede Dios conceder a un alma a una persona en este mundo: el don del martirio, porque tras el martirio, el cielo. He aquí lo que les da Dios a aquellos hombres que habían hecho de su parte lo que podían, hasta el martirio, la gloria y el honor del martirio, después de haberles hecho conocer al verdadero Dios y Salvador.
SAQUEMOS DEDUCCIONES:
Hay que corresponder a la gracia; hemos de hacer de nuestra parte todo lo que podamos, no solo en momentos extraordinarios, que más o menos, Dios pone a las almas en algunos momentos; pero lo ordinario es que no ponga a la persona más que en un momento, para que ese momento lo aproveche si quiere, o lo deje pasar. ¡Dichoso quien aprovecha ese momento! Los paganos pintaban a la diosa Fortuna calva con una pequeña coletita detrás. Calva porque es difícil cogerla por los cabellos y la coleta para aprovechar el momento en que pasaba, y si no, ¡ya pasó!...
En lo humano en estos días de Navidad hay muchos que lamentan el no haber cogido un número de la lotería que fue el premiado; ¡pero si lo tuve en las manos! Esto sucede más o menos en la economía de la gracia, que las personas cuando menos lo piensan se encuentran en un momento decisivo, y no le dan importancia y lo dejan. Entonces esa persona pasa y Dios prescinde de ella, y otra se aprovecha. Conozco casos sangrantes.
No es –la persona- ni más ni menos, no tiene más ciencia que la otra, quizá tiene menos, ni más virtud, no tiene más que eso: más ductilidad a la gracia, más dejarse conducir por Dios, menos exigencias de títulos sobrenaturales y de cosas extraordinarias, y obra como debe obrar sin reparar en sacrificios, sin reparar en nada y nos encontramos de buenas a primeras a una persona levantada que humanamente no servía nada, o no valía para nada, o poca cosa. Y comienza Dios a hacer maravillas, a valerse de esa persona que hubiera pasado completamente en el anónimo, y en la historia no hubiera figurado, ni con las iniciales, va a figurar en la historia con letras de oro. ¿Por qué? Solo por una cosa: porque correspondió a la gracia…
Eso ocurre pocas veces, pero ocurre constantemente, muchas veces al día que se nos presentan pequeñas ocasiones que muchas veces desaprovechamos, y otras sí. Ya sé que estas pequeñas ocasiones no tienen la trascendencia de las grandes, pero en estas pequeñas ocasiones el alma se puede santificar.
Uno de los principios que he sentado es que debemos estar a hacer lo que Dios nos pida, de grande y de heroico, pero cuando sea, y entretanto, ensayarnos en hacer perfectamente las cosas pequeñas.
Es decir, en corresponder a la gracia, en hacer lo que está de nuestra parte en las cosas pequeñas, y luego si Dios quiere ya se presentará un momento grande, pero si no se presenta, si no entra en los planes de Dios ese momento grande, sí que entra en los planes de Dios concedernos su gracia en las cosas pequeñas, y por un conjunto de cosas pequeñas, por una acumulación de méritos de cosas pequeñas, la persona también se santifica. Hay que hacer lo que se pueda para encontrar el tesoro de la gracia en las cosas pequeñas, en lo de cada día porque además, “al que es fiel en lo poco Dios le constituye sobre lo mucho.”
Que el Señor nos dé esta fidelidad a la correspondencia a la gracia, este hacer de nuestra parte lo que podemos y también esa santa tranquilidad de que haciendo lo que podamos, lo demás lo hará Dios, y que estando a la escucha de Dios y en aquel momento, haciendo lo que el Señor me pide de manera sencilla y natural, mereceré que el Señor me dé todo lo demás.
“Fuiste fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho.”
¿Verdad que es muy hermoso? ¿Que estos principios son muy consoladores? ¿Que cuando se ven ya no se asusta uno tanto de su ruindad, de su mezquindad, de su nada?
Que el Señor grabe bien en lo más íntimo de nuestra alma, estos principios para que los convirtamos en realidades, los hagamos vida de nuestra vida, luz de nuestra inteligencia, motivo de decisión de nuestra voluntad, y entonces viviendo así la vida corta de la tierra, merezcamos vivir la eterna del cielo.
Venerable Doroteo Hernández
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