Es demasiado destacada la figura de San Juan Bautista para que no nos ocupemos de él.
¿Qué sabemos de él? No muchas cosas, pero lo suficiente para hacer esta meditación. Vamos a considerar dos puntos:
1º Cómo era la virtud de San Juan Bautista por dentro.
2º Cómo se manifiesta al exterior su virtud interior.
1º.- La virtud consiste en acomodar la voluntad humana a la divina. Santo Tomás y otros dicen que la virtud fundamental es la caridad, el amor de Dios, pero ved que como consecuencia práctica esa caridad, ese amor de Dios tiene que manifestarse en una aceptación de la voluntad de divina con todas las consecuencias.
Un amor de Dios que no cristaliza en esto sería una perfecta mentira, una parodia de virtud. Por eso el santo Job tuvo una virtud tan grande, porque acomodó su voluntad a la de Dios en aquellas horas tan amargas que tuvo que pasar y algo semejante sucede con Abraham, primero abandona su tierra y su parentela, luego escoge esposa y el Señor le promete numerosas descendencia, le manda sacrificar al único hijo que tenía. ¿Por dónde vendrá a ser padre de un gran pueblo?
Además Dios pudo llevarse a Isaac con una enfermedad, pero no, ha de sacrificarle el mismo Abraham. Y Abraham se dispone a hacerlo sin reparar en nada.
Y en los últimos tiempos veamos a la Virgen Santísima, una cristalización de su virtud, de su amor a Dios. Ella no comprende el misterio de la Encarnación. Solamente se le dice que para Dios es posible todo. No comprende cómo. No importa. Acepta completamente la voluntad de Dios.
El mismo Jesucristo como cristalización del amor que tenía a su Eterno Padre dice: “No he venido a hacer mi voluntad, sino la tuya.” Y después en el huerto: “Hágase tu voluntad, no la mía.” Y en la Cruz: “Consumatum est, he cumplido tu voluntad.”
Ahí tenéis a San Juan Bautista cumpliendo esta consigna. ¿Y cuál era la voluntad de Dios? La voluntad de Dios sobre él era que preparase el bautismo de penitencia a aquellas gentes, a la sociedad de aquellos tiempos. Y para cumplirla deja a sus padres ancianos y se va al desierto. Era muy joven y ya llamaba la atención. Y consciente de la misión que Dios tenía sobre él, esperó.
Por dentro la virtud de San Juan Bautista es, sin género de duda, recia y al mismo tiempo delicada, abnegadísima, afectuosa para con Dios Nuestro Señor. Ella era el motor de toda la virtud que se manifestaba al exterior.
Cierto que nadie se ha ocupado de estudiar la vida interior de San Juan Bautista, pero no cabe duda que todo su exterior era reflejo del interior.
¿Cómo era su virtud interior? Por lo general, la virtud de los santos al exterior no es más que un pequeño reflejo del interior, porque si se manifestara al exterior pegaría fuego al mundo; no podría soportar su mirada. Gran vergüenza pasaba Santa Teresa cuando se le escapaba alguna de las manifestaciones de Dios en el alma. Manifestaciones al exterior hacen las menos que pueden y son a veces indiscreciones que Dios permite para que nos enteremos.
En nosotros al exterior también ha de salir algo, pero debe ser lo ordinario, lo extraordinario debe quedar dentro: “Vean los hombres las obras buenas”, es decir, lo ordinario. Un día en que estemos un poco más fervorosos hemos de saberlo guardar.
La virtud de los Santos por dentro es fundamentalmente la misma. En lo que la virtud tiene de amor de Dios, de abnegación, lleguemos hasta donde podamos, pero tan interior como sea posible. El Reino de Dios está dentro de vosotros. La virtud no consiste en ojos recogidos, manos entrelazadas, ojos en blanco… porque la virtud es patrimonio del alma y el alma está dentro.
La virtud de los Santos es fundamentalmente la misma. ¿En qué se diferencia la virtud de San Juan Bautista y la de San Luis? Más bien en las manifestaciones externas, en las aplicaciones a la vida práctica. Entonces, ¿Cómo se explica aquel exterior de San Juan Bautista que se viste de piel de camello, que come hierbas del desierto, aquella rigidez, aquella entereza de carácter que a todos induce a penitencia, haciéndola él primero?
San Juan Bautista había sido destinado a predicar con la palabra y el ejemplo a aquella sociedad lujuriosa, regalona, dada al lujo, a las apariencias y sobre todo a aquella sociedad atolondrada que no se había preocupado del Mesías y cuando los Magos preguntaban, ellos se quedan tranquilos en su casa.
El mismo Jesucristo lo dice: “¿Qué habéis salido a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? No, a un hombre rígido, austero, penitente, que lo mismo dice la verdad a un soldado armado, al rey que a los súbditos. Juan Bautista cumplía su misión en aquella rigidez, en aquella soledad, en aquella penitencia.
Nosotros no haríamos bien en copiar a San Juan Bautista lo que en su virtud hay de ocasional, de accidental. Él tenía que, con el espíritu de Isaías, corregir los pecados de su pueblo.
¿Todos los Santos han hecho eso? No. Una misión fue la de San Juan Crisóstomo con la entereza de un gran orador, Obispo y Santo que defiende los derechos de la Iglesia. ¿Le destierra el Emperador? No importa.
Y San Agustín tiene en la Iglesia la gran misión de ser el teólogo de la gracia y para que él pudiera decir: “Ved, lo que ha hecho en mí.” Fue primero un pobre pecador náufrago de todos los mares, hundido en todos los pecados.
Y la misión de San Pablo era predicar el Evangelio a los gentiles. Y vuelca al exterior aquel interior lleno de virtud en forma de apostolado incansable y ardiente.
En estos tiempos un exterior como el de San Juan Bautista tal vez no cayera bien. En la Edad Media era eso admirable, esta sociedad no tolera estas cosas.
Habéis nacido en este siglo y en estas circunstancias con una misión adecuada a estos tiempos, por dentro una religiosa y al exterior, ¿Cómo ha de manifestarse la virtud de una Cruzada? No ha de ser huraña ni rara, sino atrayente de tal manera que haga a todos como asequible la virtud.
Muchas almas tienen hoy la misión de presentar al mundo la virtud asequible. Cuando el mundo se asegura que no es posible la castidad, almas consagradas a Dios pero cristianamente elegantes al exterior, le enseñarán pureza y modestia. En un mundo de soberbia y vanidad con avaricia de gastar más de lo que se puede porque nadie se acomoda a sus posibilidades, llevemos la pobreza con cierta dignidad. Seamos luz, levadura, sal de la tierra. La misión de los Institutos Seculares es ésta, vivir en medio del mundo sin ser del mundo para enseñarle que en el mundo podemos ser buenos, virtuosos.
En este siglo en que vivimos aquella rigidez, aquel “non licet”, sin más todo, aquello que es posible. Necesitamos hacer bien con guantes de seda, ser el contrario del erizo, para nosotros rigidez, penitencia, austeridad, para los demás sabernos hacer cargo de sus debilidades, no para transigir sino para hacerles el bien. No seríais buenas almas apóstoles, si no tenéis comprensión. En lo fundamental vuestra misión es la misma de San Juan Bautista; preparar los caminos del Señor pero por otros caminos. Pero no por vuestros caminos, a vuestra manera, sino como está en las Constituciones. Virtud atrayente, austeridad sí, pero para ti.
Recuerda que al comenzar la fundación dije a las primeras Cruzadas: “¡Que no se os vean defectos, faltas, los demás vean vuestras obras buenas, nada de lo que es raro, singular! ¡Si no lo tenemos, ni falta que nos hace!, pero si un día tenéis algo guardadlo todo lo que podáis, procurad que no se escape porque me daríais un disgusto y no agradaríais a Dios.”
Esta es la misión de los Institutos Seculares, hacer un apostolado acomodado a estos tiempos. Pidamos a la Santísima Virgen que a vosotras y a mí nos ayude a cumplir nuestra misión.
A.M.D.G. et B.V.M.
16 de Diciembre de 1.951
3er. Domingo de Adviento
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