El Adviento es ante todo la conmemoración de aquellos cuatro mil años en que el pueblo estuvo esperando la venida del Mesías.
Consideremos tres puntos:
· 1º Aparente tardanza en obrarse la Redención.
· 2º Cómo esto nos enseña a prepararnos bien, para recibir al mismo Mesías que ellos esperaban.
· 3º Cómo esa tardanza nos enseña a hacer las cosas a tiempo.
______
1º Decretada ya la Redención, Dios deja pasar ¡cuarenta siglos! Parece como si no tuviera prisa, como si no le interesara, y sin embargo nada deseaba más. Y cuando llegó la hora lo vemos: murió por nosotros. ¿Qué más podía hacer? Lo quería con firmeza, y sin embargo esperó ¡cuatro mil años!
Y en el transcurso de ese tiempo ¡cuántos acontecimientos! El Diluvio, la corrupción de toda carne, y Dios en su Omnipotencia hizo que toda carne pereciera conservando una semilla. Y cómo se corrompen los hijos de Noé y después de la torre de Babel tienen que dispersarse. Y Dios escoge un vástago: Abraham, del cual nacería el Redentor. Y el pueblo de Dios se olvida de su Dios, ¡pero no importa! Llegará la Redención.
Y ese mismo pueblo escogido ofenderá a Dios de mil maneras. Se salva la tribu de Judá y parte de la de Leví, nada más, pero ¡no importa!, con eso se efectuará la Redención. A pesar de la ingratitud de los hijos de Adán, de Noé y Abraham.
Todo esto nos enseña cuál es la conducta de Dios con nosotros, y por lo tanto cuál debe ser la nuestra con las almas. Somos testigos de la espera de Dios con nosotros. ¡Cómo nos urge Dios para que se efectúe la obra de la Redención en nuestras almas! ¡Y todavía nos espera! ¡Bondad de Dios!.
De aquella trayectoria se quedan Caín y sus hijos… Los de Noé se corrompieron, pero de ellos saca a Abraham; y de ellos se corrompieron diez tribus… Dios sigue su plan con los hijos de la tribu de Judá y Leví. Y de esos se corrompen, y escoge un tallo en Jericó. Esto quiere decir que Dios espera, pero que también puede y sabe prescindir de nosotros. No abusemos demasiado.
Esta conducta de Dios nos enseña cómo debemos proceder con las almas. Tenemos muy poca paciencia, ¿Es que sabemos poco de la acción de la gracia de Dios en las almas? Lo cierto es que queriendo que Dios tenga mucha paciencia con nosotros, nosotros no la tenemos con ellas. Y en vez de volcar sobre sus almas consejos y paciencia, volcamos, tal vez para que se irriten y se incapaciten a la Redención. Si Dios fuera capaz de sufrir sufriría por nosotros. Esperemos que también Dios nos espera. Y al mismo tiempo, no queramos adquirir la santidad en dos días; a pesar de nuestras caídas sigamos firmes la trayectoria de nuestra personal perfección. Cuarenta siglos nos enseñan a esperar; con tal que haya voluntad decidida de santificación, no tengamos prisa.
2º En segundo lugar esa espera de Dios nos enseña que no debemos improvisar nuestra Comunión. Que no debéis pasar de hacer vida de alboroto a la Comunión. Si el mundo esperó cuarenta siglos para recibir al Redentor, no será mucho que preparemos con tiempo nuestras comuniones. Es necesario que cuando se acerque el momento, avivemos los deseos. Es una característica de la Institución y debe ser de cada cruzada el llevar ese sello de preparación y acción de gracias a la Eucaristía.
3º Y en tercer lugar saber esperar para hacer las cosas a su tiempo. Hacer todo en momento oportuno. Una gran prudencia porque la precipitación no vale más que para hacer desastres. Dios se tomó cuarenta siglos y nosotros queremos improvisar sin consultar. Dios es Dios y nosotros parece que queremos corregirle la plana. Nunca nos pesará el haber esperado el momento oportuno.
En lo que toca al obrar seamos algo tardos, no perezosos. Sino hacerlo en tiempo oportuno, cuando lo necesita la caridad con el prójimo. No antes porque lo haremos mal, no después porque haremos esperar, sino en punto. Nadie tenemos las virtudes propias de nuestro estado. Necesitaremos tanto tiempo para adquirirlas que dura toda la vida. Todos tenemos una semilla que germine, que se convierta en una pequeña planta. Pensad que la espiga cuando da el fruto se lleva al granero. Si damos fruto seremos cortados y llevados al cielo, pero si no dimos fruto se nos podrá decir: ¿Qué hiciste, espiga vana?
Cuando lo que vamos a hablar, a escuchar o a hacer tiene alguna importancia, es necesario esperar. ¿Cómo se espera para hablar? Pensando. Cuando la salutación del ángel la Virgen Santísima pensaba qué significaría tal salutación. Pensemos y pensemos despacio. Del Papa se ha dicho que pensaba despacio y ejecutaba deprisa. Oigamos tal vez deprisa pero contestemos despacio. Además como es ordinario que seamos fáciles para creer lo malo y no lo bueno, seamos reacios en oír lo malo, si no hay alguna conveniencia en bien del prójimo. Cuantas menos ideas tengamos desedificantes, tanto mejor. ¡Cuántas veces el secreto de una turbación está, en una conversación oída hace tiempo!
Pidamos a Dios constancia en nuestro trabajo de perfección y paciencia para saber esperar a las almas.
Venerable Doroteo Hernández Vera
(Libro "De Nazaret a Belén")
Escribir comentario