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Sobre la Ascensión

      Supliquemos al Espíritu Santo la gracia de comprender los bienes que su venida a nuestra alma puede darnos. 

 

Acudamos a la Santísima Virgen, presente aquel día de la Venida del Espíritu Santo. 

 

 

 Comencemos por advertir una verdad de fe: que el Espíritu Santo viene a nosotros, vive en nosotros, y ora en nosotros -como dice la Iglesia- con gemidos inenarrables y, como no pongamos obstáculos, obra en nosotros. Y en esa cooperación está el secreto de nuestra santificación. 

 

Démonos cuenta de lo que dice la Teología que atribuye al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo, la santificación. No es que en Dios haya distinción; lo que hace el Padre, lo hace el Hijo y el Espíritu Santo; lo que hace el Espíritu Santo lo hacen el Padre y el Hijo… (No vamos a meternos ahora en más profundidades), pero se atribuye al Espíritu Santo la obra de la santificación y esto es lo que obra en nuestras almas, la santificación. 

 

Hay que suplicar al Espíritu Santo que venga a nuestras almas y encienda en ellas el fuego del amor de Dios. 

 

Se han preguntado muchas veces y seguirán preguntando las personas deseosas de perfección, cuál es la síntesis de la perfección, y aunque hay muchas opiniones –tantas como grandes teólogos, y otros de menos categoría que siguen a éstos-, hay algo esencial en que todos coinciden, que nadie puede tocar: La cúspide de la perfección, es el amor de Dios. Pues he aquí lo que pedimos al Espíritu Santo: que nos encienda en el fuego del  amor de Dios. 

Si el Espíritu Santo enciende en nosotros el fuego del amor, y en nuestros corazones arde el amor de Dios, todas las demás virtudes, se nos darán por añadidura.

 

Cuando hay verdadero amor de Dios en el alma el amor hace milagros: el amor supera el entendimiento, supera las pasiones, supera los instintos, las dificultades, los enemigos. El amor supera los imposibles.

 

Pues he aquí lo que pedimos: amor de Dios, y si ya está en nosotros, que lo reavive, por el amor superará el carácter, y por muchas tribulaciones, desengaños de todo género que puedan venir sobre la persona que ama de veras, no se extinguirá la caridad. 

 

Pedimos amor, fuego, no calor… El calor es un efecto: la causa es el fuego. No pedimos calor que es afectividad, sentimiento, que es emoción del amor, ¡no!, sino ¡fuego creador del calor!, y cuando arda en nosotros, en nuestros corazones el amor porque nuestros corazones estén ardiendo en contacto en ese fuego del amor divino, entonces, calentaremos a todos los que se acerquen, como sucedió a los de Emaús, que su corazón ardía. ¿Por qué? Porque estaban en contacto con un volcán de amor…

 

2º Pedimos: 

 

Envía tu  Espíritu  y serán creados. Y renovarás la faz de la tierra. Renovarás la faz de la tierra, TÚ, no yo, no nosotros. 

 

Situémonos en la venida del Espíritu Santo y pensemos en sus efectos. Inmediatamente el Espíritu Santo creó en ellos una nueva manera de ser. 

 

¿Y qué es ordenar? Crear sacerdotes. Y el que no tenía poder más que para creer, para esperar, y para amar a Dios, es constituido sacerdote con capacidad  de hacer al mundo creer, esperar y amar; y para que esto sea posible, se le da la facultad de perdonar el pecado original por el Bautismo,  y los pecados personales por la Penitencia, y de repartir la Eucaristía para que Jesús-Hostia haga arder al mundo en amor. 

 

  Con más razón que de un artista se dice que crea una obra de arte, y de lo que era antes un madero, hace él una estatua, se dice del Espíritu Santo que crea. Creó en los Apóstoles una nueva manera de ser. 

 

La acción del Espíritu Santo no supone un cambio accidental, sino sustancial, porque nos crea una manera de ser sobrenatural: poder obrar sobrenaturalmente y merecer para la vida eterna.     

  

En los Apóstoles lo hizo el Espíritu Santo de modo asombroso. Del Pedro cobarde hizo un Pedro valiente, y de  todos  tímidos y miedosos, hombres esforzados; y de hombres rudos, órganos de la infalibilidad y de la inspiración divina, que nos dicen cosas nuevas o sabidas, con una exactitud imposible de obtener por  las fuerzas naturales. 

 

Les dice Jesús-: «El Espíritu Santo os enseñará  toda la verdad  y os recordará  todas las cosas que os he dicho y las comprenderéis». Y los Apóstoles, así transformados, se van por el mundo y son instruidos por el Espíritu Santo. Y cuando se esparcen, no lo hacen por propio capricho, sino porque Dios provoca un sin fin de situaciones para que tengan que salir de Jerusalén, y El hace ver a Pedro que ha llegado la hora de no hacer distinción entre judíos y gentiles, y recibe al primer gentil.

 

Surge después la discusión de si a los gentiles se les había de circuncidar o no, que no es discusión de fondo sino de táctica, de política,  por no disgustar a los judíos… Todo eso lo hace el Espíritu Santo. Y ¿no recordáis la discusión de la Cena sobre quién había de ser «el mayor?» La primacía de Pedro no discutida, es también obra del Espíritu Santo.

 

3º Pues también a nosotros como cristianos que somos, ha venido el Espíritu Santo por el sacramento de la Confirmación y mora en nosotros puesto que vivimos en gracia, con el Padre y el Hijo. Y donde está Dios opera. 

 

   Pidamos que nos dé a conocer las cosas que son rectas.  Lo que es conforme a la luz de la recta razón, no puede repugnar porque la recta razón es luz encendida por Dios en la persona y rechazarla, sería un absurdo.

 

La oración nos enseña a discurrir con la inteligencia buscando al Espíritu Santo en la luz de la recta razón. La ciencia teológica  se  apoya :

 

            1º  En la Sagrada Escritura,

            2º  En los santos Padres

            3º En la razón teológica.

 

Las definiciones conciliares no son otra cosa más que la aprobación de las deducciones sacadas de estos tres puntos por los teólogos. Vemos por tanto que no desdeña la santa Iglesia, la recta razón. Tan no la desdeña que en el Concilio Vaticano  ha  definido varias cosas que se pueden alcanzar con la recta razón: la creencia en Dios, la justicia divina y la inmortalidad del  alma.

 

Todo esto se puede alcanzar discurriendo rectamente. Pero para discurrir rectamente tiene que obrar el Espíritu Santo para que nuestras pasiones, nuestros egoísmos no se contrapongan, porque entonces se interfiere un cuerpo opaco y en lugar de proyectar luz, se proyectan sombras.  

 

Cuando se interpone la luz de la pasión, pasa poca luz y no se ve nada y cuando los instintos se ponen brutales, no se encuentra al Espíritu Santo.  

 

Conclusión: 

 

Pidamos al Espíritu Santo que nos ponga al abrigo de los egoísmos, de las pasiones, y discurriendo así, por una parte  por la puerta de la razón, y si Él quiere  además por la inspiración, entonces gozaremos de sus celestiales consuelos.  Porque si hay alguna consolación digna de ser gozada  es la de estar en la verdad.  El que teme ir desviado por un bosque, no puede gozar. Por eso cuando la recta razón ayudada por el Espíritu Santo, y sobre todo cuando la Iglesia dice que estamos en la verdad, entonces se produce la verdadera paz. Ninguna consolación mejor que ésta. La consolación humana pasa pronto.  La consolación que nunca se eclipsa es la divina.  La que sacia es la divina. 

 

Pidamos  al Espíritu Santo que nos conceda estar siempre en la verdad; y comenzamos a estar cerca de la verdad, cuando huimos del egoísmo, de la cabezonería, de la aberración al propio juicio, o nos lo confirma la Iglesia por un ministro suyo. Y si no hay esta consolación en la verdad  hay para temer que no estamos en la verdad. No abro la puerta a las personas escrupulosas. También las personas escrupulosas pueden tener paz: ¿cómo? Creyendo y aceptando. Y hablo de las escrupulosas porque de las almas consagradas, son las que más difícilmente tendrán paz.

 

Ved la importancia que tiene pedir al Espíritu Santo en la Comunión: que nos llene los corazones de su amor y nos transforme…

 

Que cree en nosotros esa modalidad de una persona que quiere servir a Dios. Que cree en nosotros la manera de ser apostólica para que así comencemos a transformar este mundo y que el Santo Espíritu nos dé a conocer las cosas rectas,  y en este valle de lágrimas, en este destierro donde parece que el sufrimiento y el dolor tienen su asiento, nos permita gozar de sus consolaciones, no para  gozarnos, sino para que este goce de las divinas consolaciones nos aumente la capacidad de trabajo y nos gastemos como una vela por la gloria de Dios y la salvación de las almas. 

 

A.M.D.G. et .B.M-V.

 

 

    Casa Madre, 1957

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